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viernes, 22 de abril de 2016

Jueves, 21 de abril de 2016
 
  La consciencia moral es una virtud o un defecto del hombre que le hace obrar de una manera u otra según dependiendo le dicte esta. Son las pautas y las formas en que nos movemos las que nos definen como personas y mientras tengamos consciencia moral nuestra escala de valores dependerá de cuales sean las cosas a las que más importancia le demos. A no ser que seamos unos descerebrados, nuestra forma de comportarnos esta más  acorde con el Bien que con el Mal.
   El problema de tener consciencia moral es que tenemos que responder ante nosotros mismos, sin ningún juez o intermediario que nos evalúe. Somos nosotros los que nos damos la absolución o la condena. Y puede que el más dañino de los jueces, el más exigente de los jurados, seamos nosotros mismos.
   Pocas veces nos perdonamos cosas que hemos hecho y que sabemos de sobra que no ha sido todo lo correctas que deberían haber sido. Arrastramos la culpa, sin llegar a perdonarnos, porque pensamos que el daño infligido es tan elevado que el perdón no lo satisface. Yo tengo colgado en mi tablón de corcho Errare Humanum Est porque todavía tengo que seguir recordando que mi pasado no ha sido excesivamente bueno pero que tengo que perdonarme si no quiero cargar con esa loza sobre mis hombros el resto de mis días. Los que otros hayan echo, ¡allá con sus consciencias! Bastante tengo yo con la mía para pensar si quiera un momento en la de los demás.
   Pero si es cierto que en lugar de aceptar y asimilar que puede que hayamos cometido un acto malévolo, es más fácil dejar caer la responsabilidad sobre el comportamiento de otros o sobre obligaciones a las que nos vimos sometido cuando en realidad erramos porque fuimos nosotros lo que cometimos el acto. Es el libre albedrío.
   Cuando me siento culpable por algo o cuando mi sueño se ve interrumpido porque no puedo quitarme algo de la cabeza, esa es la señal para hacerse ver a uno mismo que no actúo de la manera más correcta y que el perdón no es suficiente. Hay que reparar daños. Cosas que sustituyan el mal acto. Por poner un ejemplo burdo pero fácil de comprender. Si le di un cachete a un niño sin merecérselo, le doy a otro una golosina sin que me la pida.
   Las cosas no son tan sencillas y puede que el  ejemplo no sirva, pero un profesor de Filosofía me enseño que si los ejemplos no sirven, pues se tiran a la papelera.

   Pero volviendo a lo que nos atañe. Una cosa es el sentimiento de culpa, que ese es cristiano y se han dedicado a inculcárnoslo desde muy pequeñitos, y otra es obras con mala consciencia. Digamos que uno pertenece a una doctrina y otro es intrínseco en el ser. A mi el que me preocupa es el que es propio de la naturaleza humana. Yo procuro obrar siempre de la manera más correcta, aunque haya veces que no lo consiga, pero procuro subsanar errores. Ya os he dicho lo que tengo en mi tablón. Se de sobra que me voy a equivocar y que tendré que perdonarme, pero eso no me exime que mis obras estén encaminadas hacia el Bien.

lunes, 18 de abril de 2016

   Una vida gobernada por impulso deja de ser racional para pasar al lado opuesto y dejarse llevar por las pasiones o caprichos que más nos interesan en cada momento. Es una vida de desconcierto. Nunca sabes cuando te va a dominar un impulso y estás a merced de los estímulos que te rodean. Si son pausados y te encuentras en un clima acorde y naturalizado, esos impulsos estarán dormidos y aletargados esperando el resorte que los haga florecer en un momento de mayor tensión o de cierta perdida del control de la situación.
   Sin en teoría somos seres racionales, no deberíamos dejarnos arrastrar por estas tentaciones, pero hay que decir del hombre que no es un ser racional al completo. Que cierta parte de él se comporta dentro de unas pautas y maneras que se podrían nominar como racionales pero que hay momentos, y estos suceden con frecuencia, que los atributos de las emociones y los sentimientos dominan al ser crítico y perspicaz.
   Yo me considero una persona tranquila y racional pero es cierto que muchas veces me dejo arrastrar por las pasiones y los impulsos, de hecho, mi vida a estado marcada por una circunstancia que no dejaba de ser compulsiva, porque ya no tenía finalidad en si, y porque no buscaba otra cosa que saciar mi apetito más instintivo. Ya no lo hacia porque tuviera mas o menos ganas de tomar algo, era una obsesión que solo se calmaba si lo hacia de manera impulsiva y sin pensar en sus consecuencias. Tengo que decir que he sido un ser bastante poco racional y que procuro que en mi vida, cada día entre un poco más la razón, aunque sea un trabajo a largo plazo y sea una cuestión con la que quedarme  con la sensación de estar intentándolo mientras viva.

   En los momentos que te deja arrastrar por los impulsos, pensar cuesta un esfuerzo que casi nadie se par ha hacer. Es como pisar el freno a tope cuando vas a ciento veinte. Algo que por ninguna circunstancia se te pasa por la cabeza. Lo único que apremia es saciar tu necesidad. Ver como te imbuyes de lo que reclamas como vital y necesario para vivir. Porque en ello te va la vida. Si no sacias tu apetito sientes un vacío tan grande que te falta hasta el aliento y el impulso no se te va de la cabeza. Lo tienes ahí metido esperando a ser saciado y la ansiedad va creciendo mientras más tardes en satisfacer tu necesidad.

sábado, 16 de abril de 2016

Una parte de mi vida a olvidar IV.

   Pues creo que ha llegado  el momento, una vez pasadas todas las fiestas de abril, de continuar con este peregrinaje mío por los mandriles.
   La situación era bien sencilla y  a la vez arto complicada.     Estaba fuera del alcance de la influencia de la residencia evangelista pero, no tenia un duro, no tenia a quien llamar y no conocía a nadie en Madrid. Buen panorama.¿alguien puede hacerse una remota idea de cómo me sentía?
   Me senté a las afueras de las puertas de atocha sobre mi macuto y vi frente a mis dos cosas que me llamaron mucho la atención. Cientos de taxis y de furgones antidisturbios habría como unos veinte.
   ¿Qué se te pasa por la cabeza? Pues coger un taxi y decirle que  le vas a pagar cuando llegues a Sevilla, pero ¿con qué dinero? ¿Quién iba a hacerse responsable de mi trayecto que podría ser unas diez mil pesetas o más?
   Así que una luz me iluminó y decidí dirigirme a los antidisturbios.
   Les explique cuantos eras mis andanzas desde que salí de Sevilla y ellos decidieron llamar al Samur como emergencia social.
   Los tres antidisturbios y yo nos quedamos con la boca abierta cuando desde el Samur nos dijeron que lo mío no era un caso de emergencia social ya que era yo quién había decidido salirme del centro.
   Los policías valoraron la situación y vieron que no estaban tratando con un ser sin escrúpulos o un caradura sino con un chico que andaba algo desorientado en este bagaje que es la vida. Así que les dio un poco de lastima y entre los tres y sin decirme nada me mandaron de nuevo al centro, pero con una pequeña sorpresa.
   Yo me he enterado muchos años después pero en el momento no sabia nada. Ni me lo imaginaba.
   Me hicieron volver al centro. No me juntaron con los demás residentes sino que me pusieron una sombra y estuve como desde las ocho hasta las diez vigilado constantemente. A las diez me llevaron a la estación de autobuses de Vallecas y me montaron en un autobús con destino Plaza de Armas, Sevilla.
   Yo no me lo podía creer. Me parecía extraño que la comunidad evangélica me pagara la vuelta a cas pero eso era lo que yo creía al principio.
   Llegue a Sevilla a las cinco de la mañana y fui a busca a la única persona que me conocía lo suficiente como para saber que yo era un enfermo del alcohol, un alcohólico y que durante los diez años posteriores a la muerte de mis padre, me había dedicado a buscar en mí ese alcohólico que aliviaba las sin razones de la vida, porque la muerte de mis padres son sin razones de la vida.
   Empecé a caminar dirección parque Alcosa y con la finalidad de hablar con mi súper prima. Llegue a las siete de la mañana o quizás un poco más tarde. Ella me abrió las puertas de su casa y continuo con la labor de recuperar al Pedrito que estaba escondido detrás de un mundo que no era el que más se le parecía, sino que era el que no tenia más cojones que mamar.
   Me entere que el billete lo habían pagado los policías y por eso les estaré eternamente agradecido. Pero ¿cómo puede ver un extraño que uno no tiene la suerte de encontrarse en su mejor momento y las personas que te conocen parece que no quieren darse cuenta? Porque nadie quiere problemas.
   Eso era lo único que podía explicar todo mi periplo por Madrid. Los que por algún motivo o lazo estaban cerca de mi veía un problema. Yo creo que hubieran preferido que estuviera muerto a que sintiera unas ganas enormes por vivir.
Lo único que me quedaba era superar la muerte de mis padre y tengo que decir que ha día de hoy sueño con ellos un día si y otro también. Jamás los olvidaré.
A ellos y a la persona que siempre confió en mí porque me conocía y porque estaba dispuesta a pasar por ratos desagradables con el propósito de recuperar al

Pedrito van dedicadas esta cuatro historias en la que he intentado explicar como tuve un ángel desde el cielo que iluminó mi camino y que sin el hoy probablemente seguiría en Madrid, tirado por las calles y alcoholizado.