UN FRAGMENTO
A OLVIDAR DE MI VIDA. III
Puedo seguir contando penurias y calamidades
de este lugar dónde me encontraba pero sería innecesario hacer leña del árbol
caído. Así que voy a centrarme en lo que realmente me ha motivado para escribir
estos fragmentos de mi vida.
Por una parte presenciar una reunión
evangelista en un centro de desintoxicación. Desconozco si en la vida ordinaria
estas prácticas se hacen de la misma manera pero lo que yo allí vi impresiona.
Un círculo de unas cincuenta personas,
sentadas en sillas, pegando voces y aclamando a Cristo para que les perdonase
sus pecados. Pegándose golpes en el pecho. Entrecruzándose gritos de unos y
otros.
En definitiva, un conjunto de voces, golpes
en el pecho biblia en mano, de arrepentimiento de vidas pasadas, de haber quién
era el más culpable o de quien demostraba de la manera más exaltada su
adoctrinamiento y su fe. Una verdadera locura.
Yo nunca he sido de sentir un pensamiento
único cómo guía de mis pasos. Allí lo que había era adepto. El pensamiento
tiene que ser libre y, en aquel lugar, estaba coaccionado.
Esto lo podría haber contado de otra forma,
una quizás más literaria, pero lo que aquí quiero reflejar es el acto. No
quiero escribir mi mejor párrafo. Quiero reflejar mi visión personal de unos
hechos que puede estar subjetivado pero que son los que yo me lleve de allí.
Al día siguiente decidí abandonar mientras
estaba seleccionado papas viejas en buen estado de las que estaban podridas.
Los trámites de abandono son los mismos que
en cualquier otro centro. Se lo comunicas a tu sombra, este al segundo y el
segundo al director.
Todos intentaban convencerme de que allí no
estaba tan mal y que Dios se había cruzado en mí camino y que era este el que
me guiaría para dejar de beber.
Por supuesto, no deje que me convencieran.
Eran adoctrinados enunciando discursos aprendidos de anteriores abandonos o,
puede, que de abandonos propios rectificados antes de lo que ellos consideraban
el desamparo de Dios.
Me ayudaron ha hacer las maletas y u
responsable me dijo que había llevado mucha ropa para quedarme tan solo una
semana. Iba con una bolsa de basura de contenedor llena de ropa y con un macuto
aparte. Me dieron cuatro euros. Dos y medio para el tren de cercanías
hasta Atocha y uno para llamar a mi
familia. Me dejaron en la estación. Desamparado.
Lo primero que hice cundo llegue a la
estación de cercanías fue pedir un cigarro. Llevaba una semana sin fumar y
necesitaba al menos uno. Luego saque el billete y dirigí mis paso hacia Atocha,
sin ningún plan.
Estaba en una ciudad que no conocía a nadie,
sin un duro y sin la posibilidad de volver a Sevilla. El trayecto de cercanías
a Atocha fue funesto.
En la estación de Atocha, al lado de una
papelera, deje el saco de ropa. Era imposible moverse libremente con ese trasto
a cuestas.
Llame a mi hermana pero con un euro apenas
pude decirle que me había salido del centro. No tuve tiempo para más. La
providencia me abandonó. Al menos, eso era lo que aparentaba pero me sucedieron
cosas increíbles, todas nacidas de la buena voluntad de las personas, de la
solidaridad y de la empatía, y por supuesto, por llegar a dar con personas que
ven más allá de su deber y actúan de
facto. Independientemente de cual sea su acometido.
Pero
eso lo dejo para el próximo día.